Miquel Batllori en la ciudad eterna. MEDIO SIGLO ITALIANO. Valentí GÓMEZ I OLIVER El padre Miquel Batllori llegó a Roma en 1947 y en dicha ciudad se ha sentido como en su casa desde el primer momento, pues hay que tener en cuenta que en ella ha pasado más de cincuenta años de su extraordinaria vida de humanista cibernético. En Roma, ha trabajado como historiador de la cultura, ha dirigido revistas, estudiado las obras de autores insignes (los Borja, Llull, Gracián), pero fundamentalmente lo que siempre comentaba era que en Roma había descubierto cómo los autores clásicos nos permitíoan, en pleno siglo XXI, descubrir y revivir lo que fue el mundo clásico. Le gustaba sobremanera el historiador Tito Livio, pero en primer lugar el poeta Horacio. Batllori se ha paseado por Roma y la ha visto no sólo como una ciudad ligada al mundo real - ciudad del simulacro, del bien y del mal, de Dios y del diablo, de príncipes de la Iglesia y de emperadores romanos - sino también como crisol de todas las literaturas (sus fabulosas bibliotecas), de los viajeros de todo el mundo. La veía como una especie de oxímoron en el cual pueden convivir todas las antítesis. Y de la ciudad más real, lo que más le gustaba eran los "tramonti", los atardeceres desde la ventana de su despacho en la calle Penitenzieri. Desde aquel balcón contemplaba una destartalada escalera que le fascinaba; más de una vez le pregunté si le recordaba la escalera de Job. Él asentía, con su pícara y vivaz sonrisa. Para complementar dicho caràcter, un tanto metafísico, gustaba de afirnmar que Roma tiene un aspecto esencialmente religioso. Hay quienes ven la Roma sacra o la Roma corrupta. En realidad, decía, es las dos cosas: "Roma cuando es corrupta también es sacra, y cuando Roma es sacra ouede ser también corrupta". Batllori siempre mantuvo una relación abierta con todo el mundo. No podía ser menos en alguien a quien Josep Pla incluyó en su lista de "homenots". Por ello, tenía excelente relación con la colonia catalana en Roma. Ya desde su llegada estableció unas charlas periódicas con el cardenal Albareda, mosén Benet o el musicólogo Higini Anglés. Con todos ellos seguía la tradición de Carner en el café Greco. A finales de los ochenta, el padre Batllori nos animó a unos cuantos amigos a dar carácter jurídico a la asociación "Catalans a Roma", puente entre el mundo italiano y el catalán, de la que era presidente de honor. Siempre que encontraba a Batllori por la calle le prometía alguna acción mágica, como encontrarle un taxi un viernes a mediodía en la via del Corso. Él, con su sorna y humorismo trascendental característicos, me decía cariñosamente mientras subía al taxi: "Vos sou màgic". Aquí sólo me queda despedirme, mágicamente, del padre Batllori, diciéndole con cariño, agradecimiento y admiración: "Caro e gentile amico, buon viaggio".